26 mayo 2006

Lai
Cuando la Luna se tiñe de sangre

Un aura rodea tu lúcido cuerpo en esta gélida noche de invierno ocioso; entre las estrellas, alta e inmaculada, la incansable Luna llena inunda el naciente lecho de rosas con blancuzca luz afable, siempre serena, siempre atenta, siempre nueva...

Tu marido prepara emocionado la velada, donde la unión imperecedera, fruto del verdadero amor, despierta cuando dos almas que se han jurado fidelidad pura, vuelan con alas de pétalo rumbo a la promesa del éxtasis eterno, y en el encuentro de la carne trémula, la realidad supera al sueño.

La Luna asoma entre los cristales mientras asciende y se viste de carmesí, porque es testigo de la virginidad sangrante. Los esposos se observan mutuamente y sonríen, desbordan felicidad y purifican sus espíritus clamando al cielo el placer de verter el júbilo apasionado.
Él, acaricia con suavidad tu alegre rostro, besa tu frente, tus labios… la pasión enciende los cuerpos y las manos retiran lentamente las prendas descubriendo la piel, con presteza dócil, indulgente, gentil y afable.

Esas manos dominantes recorren tu piel comenzando por los hombros, que son el frente de tu mística y continúan rozando el dorso de tu espalda descansando en la cintura; puedes sentir la fortaleza del hombre que ha jurado protegerte con la vida. Saborea su temple cuando consienta con las manos tu abdomen liso y suba orgulloso hasta tus pechos firmes, donde guardas la maternidad indescriptible de mujer creación divina...

Recostados en el tálamo, funden sus cuerpos, el calor del amor despierta en la fría noche iluminada por la Luna creciente. Él recorre con la boca tu semblante, besa tu cuello y prueba el néctar de tus preciados labios, te susurra en el oído mordisqueando juguetón sus contornos, te cuenta de nuevo la razón por la que se casó contigo y por la que comparte el íntimo don de Dios.

Sus manos bajan por tus costados hasta perderse en el infinito, donde sólo la feminidad alcanza formas y el hombre consigue interpretarlas; pues ¿qué sería de la mujer sin un hombre que le amara, entregando todo su ser para consumirse juntos en el fuego de la pasión y ser por siempre la misma ceniza? ¿qué sería del hombre sin una mujer quien le respalde, sin un ideal que lo inspire, sin un arma en la batalla, sin una flor en el desierto? solos son cuerpo y alma ligados a un destino incierto, pero juntos tienen alas y vuelan hasta confines inimaginables, fuera de los límites de lo real, de lo tangible, más allá de la verdad y la naturaleza, tan cerca del paraíso, del ser que los creó...

El contacto con su piel es la respuesta a tus preguntas, entrégale tu alma, el corazón y la existencia, porque él sabrá cuidarte, engrandecerte y honrarte, para que juntos sean ofrenda y sacrificio.

Con la delicadeza que exige la rosa, con la atención que merece el caballero, aparta el pudor, y permite que en tu bajo vientre descienda a beber del manantial de vida donde brota la virgen sangre y germina la semilla, santuario de la Luna nueva. No resistas al deseo sensual, al éxtasis, a la pasión y la entrega; cuando las flores abran sus pétalos encarando al Sol, cuando la fusión de las almas desnudas se transforme en carne y la Luna se tiña de sangre, comprenderás la razón de ser y reconocerás el sentido de todo esto, pues él comparte contigo el placer y el dolor, el temor y la confianza, la risa y el llanto; porque ambos son uno y darán vida a una estrella que brillará junto a la Luna en lo alto del cielo nocturno, entre brisa y tormenta, entre lluvia y marea.

Mientras sus palabras sean halagos de verdadero amor, y los besos que sobre tu piel siembre sean semillas que den fruto; mientras las manos que exploran tu cuerpo hasta reconocer todos sus rincones, y trabajen por avivar el fuego de un hogar inquebrantable, no habrá quien embista el vuelo, ni corte las alas, ni detenga la carrera del amor eterno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente me encató. Esa forma tan sutil y delicada de expresar el amor de dos amantes que se entregan al amor, bello, muy bello.