29 enero 2008

Katia (cuento)

Soy aficionado a la literatura rusa, ¡que digo aficionado!, fanático sería más preciso; aunque si de precisión se trata… soy fanático de las traducciones al español de las traducciones francesas de la literatura rusa. Así es, porque entre los libros antiguos de mi abuelo, donde descubrí mi amor por estas maravillosas historias, no hallé ninguna traducción directa, pero ya no fue necesario comprar las traducciones modernas porque cuando murió mi abuelo me quedé con todos… bueno, casi todos sus libros.

Cuando camino por las calles de esta ciudad y encuentro a esas personas que compran bibliotecas enteras por módicos precios para revender sus libros, por separado, a precios moderados, no puedo resistir la tentación de recorrerlos todos con la mirada y, si encuentro algún librillo de hojas amarillentas de esos que huelen a melancólicas historias, regateo, dramatizo y exagero para conseguir el mejor precio; sobre todo si es alguna novela o antología de cuentos rusos, de esas que la URSS mandó imprimir por millares en traducciones al español de las traducciones francesas, porque parece que nadie en México sabía ruso en la década de los sesenta. Si no tengo ese cuento, en mi nada despreciable biblioteca de autores rusos, ¡lo compro!: Pushkin, Gogol, Andreiev, Korolenko, Turgueniev, Lermontov, Chejov y Dostoyewsky… sobre todo Dostoyewsky ¡que gran artista!... pero ya me estoy desviando de mi relato… resulta que soy fanático de las traducciones al español de las traducciones francesas de la literatura rusa.

Se supone que la literatura rusa está considerada como realismo trágico, obra psicológica, drama humano… pero después de leer y releer a estos autores a mí me parecen bastante fantasiosos y disparatados ¿cuánto amor insatisfecho? ¿cuánto idealismo suicida? ¿cuántas Natashas, Alexandras, Polinas, Tatianas y Katerinas enamoradas ciegamente de príncipes, generales, funcionarios, colegiales o intelectuales desdichados? esas cosas no pasan… no pasan. Siempre cuentan que las mujeres tiene un “no se que” que las hace irresistibles, y por ello los hombres caemos sin sospecharlo en sus maliciosas redes, pero ¿qué pueden tener estas mujeres? ¿un cuerpo escultural?, ¿unos senos prominentes?, ¿cabello oscuro, largo y enmarañado?, ¿ojos vivaces llenos de ese “no se que” que siempre tienen?, ¿astucia y buen gusto por el arte?... no lo se, normalmente las damas de la aristocracia son engreídas y caprichosas además de estúpidas, y quien no iba a quedarse así después de recibir la noticia de que serían obligadas a desposarse con un vejete de 50 o más años arruinado además de mujeriego y bebedor, pobrecitas, hay que entenderlas… pero ya me estoy saliendo del tema otra vez, no es que no importen todos estos detalles de libertades coartadas, arrebatos pasionales y robos místicos. Seguramente han leído suficientes traducciones al español de traducciones… bueno, probablemente ya saben de qué estoy hablando.

Lo interesante del asunto es que siempre he pensado que el drama y la tragedia rusa sólo existen en su literatura, ¡porque escriben cada cosa! que la realidad misma no lo permitiría… pero el otro día, el otro día me ocurrió algo de lo más extraordinario.

Estaba en un centro comercial, feliz porque acababa de comprar un libro que deseaba comprar desde hace tiempo; se trata de “El retorno de la sombra” de Tolkien ¿conocen a este autor? siempre he querido leer una novela de realismo fantástico con un toque de drama psicológico ruso, sería la mezcla perfecta, de hecho estoy tratando de hacer una en este momento… pero esa es otra historia; precisamente estaba pensando en esa novela cuando acababa de comprar el libro, me escurrí hasta el área de comida rápida y me senté en la mesa mientras recorría con la mirada el menú: hamburguesas, sushi, pizza, vegetales chinos, tacos… ¡tacos no sueña mal!, y con agua de horchata tendría un buen complemento. Una vez hube comido mis tacos usé la última servilleta para sonarme la nariz, nunca me ha hecho bien el picante… fue en ese momento cuando el milagro ocurrió.

Justo a la mesa de enfrente arribó una familia: papá, mamá, hermana mayor (bastante bonita por cierto), hermana menor (que definitivamente sacó la peor parte) y… bueno, quizá fuera una prima, aunque era muy diferente del resto e infinitamente más hermosa: su cabello castaño claro, largo y ondulado, su tez pálida y sin maquillaje, sus labios delgados contrastados con su boca grande, su sonrisa perfecta por la dentadura alineada y un culo que sólo sus delgadas uñas carmesí podían delinear. Me produjo un escalofrío profundo, intenso, de la cabeza a los pies y a la cabeza de nuevo, me produjo una de esas sensaciones que no sabes cómo explicar y que sólo ocurren tres, quizá cuatro veces en la vida. Fue un robo místico, definitivamente un robo místico, no podía dejar de mirarla; sólo verla me producía una extraña felicidad… Creo que nunca podré olvidar su gorra negra, sus jeans azul oscuro, su morral rosa chiapaneco ni las botas cafés que le llegaban casi hasta las rodillas, he podido guardar en la memoria hasta el último detalle: sus ojos claros, el color de cada una de las tres pulseras de su muñeca izquierda… todo, absolutamente todo… Yo la miraba embobado, atento a cada detalle, noté que era muy expresiva y se ayudaba con ademanes marcados y exclamaciones teatrales, no lograba escuchar lo que decía pero su voz tenia mucha energía, como la de una chiquilla malcriada que confiesa a sus padres la travesura del día… y yo la miraba, y me daba cuenta que ella sabía que la observaba, y eso la hacía más radiante porque se sonreía coqueta y me volvía el escalofrío que helaba y calentaba simultáneamente…

Estaba a punto de tragarme mis palabras sobre las Natashas, Polinas y Tatianas de mis amadas obras rusas, y luego… luego comenzaron las coincidencias… se levantó a buscar algo para comer, yo sólo podía inventarle una historia, pensaba en su vida y trataba de adivinarla ¿qué estudiaría? ¿cuántos años tendría? ¿qué le gustaba?, pero ninguna me intrigaba tanto como saber su nombre. Entonces tomé una decisión, me acercaría cuando volviera y le preguntaría su nombre, con suerte obtendría su teléfono… bueno, algún número, y quizá tendríamos las mismas aficiones o los mismos gustos… pero sólo había una forma de averiguarlo.

Volvió minutos más tarde con una charola y me llevé tremenda sorpresa, comería unos tacos con agua de horchata, mi respiración casi se detiene, pero cuando tomó una servilleta para sonarse la nariz por la enchilada estaba al borde de un ataque… ¿coincidencia?, ¡imposible!, ¡TODO PASA POR ALGÚN MOTIVO!, no podía esperar más, me puse en pie, y luego ocurrió lo que siempre pasa con mis héroes rusos. Un tipo fornido y con cara de actor de telenovelas se sentó frente a ella ocultándola parcialmente de mi vista; me senté, pero mi voluntad de “voager” era ya incontenible, si él se movía de la silla yo cambiaba mi posición sólo para verla, y comprendí que si no me levantaba en ese momento perdería la oportunidad de averiguar su nombre, pero no podía dejar de mirarla, era tan, pero tan hermosa… y entonces ocurrió lo que ocurre en algunas traducciones al español de las traducciones francesas de la literatura rusa… Ella se levantó y comenzó a alejarse, no logré moverme del asiento, sólo podía seguirla con la mirada, y sólo me quedé con el desgarrador consuelo de inventarle un nombre.